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Sep, 22, 2006


 

 

 

 

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Ayuda desinteresada

Era un día frío, lluvioso y gris. A la orilla de una transitada carretera estaba una señora ya anciana con el carro parado a un lado del camino. Alberto se pudo dar cuenta que la anciana necesitaba ayuda. Se estacionó delante de la anciana. Se le acercó, con una sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta de que la anciana estaba preocupada. Nadie se había detenido desde hacía más de una hora.

Realmente, para la anciana, ese hombre que se aproximaba no tenía muy buen aspecto, podría tratarse de un delincuente. Más no había nada por hacer, estaba a su merced. Se veía pobre y hambriento.

Alberto pudo percibir cómo se sentía la señora. Su rostro reflejaba cierto temor. Así que se adelantó a tomar la iniciativa en el diálogo: "Aquí vengo para ayudarla, señora. Entre a su vehículo que estará protegida de la lluvia. Mi nombre es Alberto".

Gracias a Dios solo se trataba de una llanta ponchada, pero para la anciana se trataba de una situación difícil. Alberto estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y comenzó a hablar con él. Le contó de donde venía; que tan sólo estaba de paso por allí, y que no sabía cómo agradecerle.

Alberto sonreía mientras cerraba la cajuela guardando las herramientas. La señora le preguntó cuánto le debía, cualquier suma sería correcta dadas las circunstancias, pues pensaba las cosas terribles que le hubiese pasado de no haber contado con la gentileza de Alberto.

Él no había pensado en dinero.  Ayudar a alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba en situaciones similares. Así que le dijo a la anciana que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien en necesidad, y estuviera a su alcance poder ayudar, lo hiciera de manera desinteresada, y que entonces... - "tan solo piense en mí"-, agregó despidiéndose.

Alberto esperó hasta que al auto se fuera. Había sido un día frió, gris y depresivo, pero se sintió bien terminar el día de esa forma, ya que pudo sentir la gran satisfacción que esto le traía. Entró en su coche y se fue.

Unos kilómetros más adelante la señora divisó una pequeña cafetería. Pensó que sería bueno quitarse el frío con una taza de café caliente antes de continuar el último tramo de su viaje. Se trataba de un pequeño lugar, un poco desvencijado.

Al entrar, una cortés camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello mojado por la lluvia. Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de sonrisa que da alegría y que no se finge aunque se lleve ya muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera era humilde y que estaría en el octavo mes de embarazo y sin embargo esto no le hacia cambiar su simpática actitud.

Pensó en como gente que tiene tan poco pueda ser tan generosa con los extraños. Entonces se acordó de Alberto... Después de terminar su café caliente y su comida, le pagó a la camarera la cuenta con un billete de cien dólares. Cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se había ido. Pretendió alcanzarla pero al tratar de hacerlo vio en la mesa algo escrito en una servilleta de papel al lado de 4 billetes de $100.

Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota: "No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudó como hoy te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes hacer: No dejes de ayudar a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando tu alegría y tu sonrisa y ayuda a los demás desinteresadamente.”

Aunque había mesas que limpiar y azucareras que llenar, el tiempo se le pasó volando. Esa noche, ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en su cama, para no despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo que la anciana había hecho con ella. ¿Cómo sabría las necesidades que tenían ella y su esposo?, los problemas económicos que estaban pasando, máxime ahora con la llegada del bebé.

Era consciente de cuan preocupado estaba su esposo por todo esto. Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo, mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído: "Todo va a salir bien, Alberto".

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