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Nov, 08, 2006


 

 

 

 

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Relaciones maritales

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

¿Se ha percatado usted de que las dos acciones encaminadas a mantener al género humano sobre la tierra alimentación y generación- producen placer? Soy de la opinión de que el Creador lo quiso así pues de lo contrario habría quienes, por el trabajo que supone preparar los alimentos y comerlos, y por las responsabilidades que supone el tener hijos, ni comerían, ni procrearan.  

Ahora bien, entre tanta basura que encontrarnos en las librerías sobre sexualidad, resulta difícil topamos con autores que manejen el tema respetando la calidad y la enorme belleza de un acto que tiene el poder de hacer a dos seres humanos distintos uno sólo, y que además posee la capacidad de transmitir la existencia a otro ser de la misma categoría y dignidad.  

Las relaciones matrimoniales son, pues, una de las acciones más nobles que un hombre y una mujer pueden llevar a cabo, y que difícilmente pueden ser superadas por sus consecuencias. Pero de acuerdo a su misma naturaleza, y por los fines que persiguen, están sometidos a unas reglas. Es cierto que cualquier estúpido puede embarazar a una mujer, y cualquier mujer puede dejarse embarazar por cualquier zonzo, pero no todos los hombres ni todas las mujeres tienen la capacidad para ser auténticos padres.  

Dejando a un lado el fin procreativo, quisiera concentrarme en el fin unitivo, es decir, el acto sexual considerado como un medio para conseguir el fortalecimiento del amor que se han prometido los esposos y que quizás en muchos casos y, por motivos diversos, se ha debilitado o, incluso, desaparecido. Como es fácil entender, nos encontramos ubicados en un tema de enormes consecuencias tanto a nivel espiritual, psíquico, afectivo, personal, como de repercusiones con la pareja y de trascendencia a toda la vida familiar.  

Hace poco pude observar a unos señores muy respetables disfrutar de un pasatiempo poco común. Los vi entretenidos con unos juguetes estupendos: armas de fuego. Contemplé cómo se deben manejar esos objetos a los que la gente les teme tanto por los daños irreparables que pueden ocasionar, pero que en manos expertas son como un automóvil guiado por alguien prudente y hábil.  

Las relaciones maritales son un recurso maravilloso para defender la fidelidad matrimonial, pero también pueden hacer mucho daño cuando se convierten, por su presencia o por su ausencia, en medios de venganza, cuando, por ejemplo, el marido se encuentra con el cadáver de su esposa en el que no está su alma, y por lo tanto, incapaz de dar amor- o cuando la mujer no está en contacto con un ser humano, sino con un animal al que no le preocupa otra cosa que satisfacer su placer.  

Un principio básico en los estudios de moral es el distinguir los actos del hombre de los actos humanos, y la diferencia estriba en que el acto humano es el que se realiza usando la inteligencia y la voluntad, a diferencia de un bostezo, de un estornudo o de la digestión. No debemos pasar por alto que todos las relaciones maritales han de ser actos propiamente humanos, de forma que, en todos y cada uno de ellos, se realice ese encuentro de dos seres que se respetan y se entregan recíprocamente por amor.  

Es cierto que todo hombre ha de respetar las condiciones físicas y anímicas de su mujer durante todo el día y especialmente al final de cada jornada, pero de igual forma, ella está obligada a reservar energías durante su labor para que cuando esté con su esposo pueda regar con amor el árbol del amor... a pesar de que ello exija esfuerzo. Todo esto servirá de manera muy efectiva para fomentar un ambiente de diálogo al día siguiente, y toda la vida. No perdamos de vista, y esto va para los dos, que cuando hacemos sentir bien a alguien, creamos entre nosotros empatía, agradecimiento y por lo mismo, buenas disposiciones para el trabajo en equipo, y el matrimonio siempre será trabajo en equipo.

 

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