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Dic. 07, 2006


 

 

 

 

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El enemigo invencible (I)

Un cuento de castillos, príncipes, servidores y combatientes. El odio no admite rival... Una fantástica historia que te hará reflexionar.

Tomado de Encuentra

Érase una vez un castillo abandonado. Antigua morada de grandes y generosos reyes. Estaba casi derruido, la humedad hacía que las piedras de los muros brillaran ante la tenue luz de algunas antorchas. En una parte recóndita de aquella fortificación prácticamente arruinada, estaba la habitación del príncipe, asegurada dentro de la roca misma de la montaña que le servía de cimientos. Y ahí estaba él, solo, mordisqueando sus furias y resentimientos. El rostro que alguna vez había sido bello estaba lleno de cicatrices, y la crueldad de aquellos ojos era rivalizada únicamente por una sonrisa amargada que le daba ese aspecto tan feroz como nocturno.

El soberano esperaba impaciente la llegada del prisionero. Había sido una larga cacería. Todas la astucia del príncipe (que no era poca) fue necesaria para atrapar a su odiado disidente. Las frenéticas tropas habían acosado a su objetivo desde tiempos que ya no podía ni siquiera recordar. Sin embargo su adversario parecía invencible. De todos los obstáculos que hábilmente le había colocado salía siempre librado misteriosamente.

La corte entera esperaba la acariciada promesa de aquel mercenario: “Yo lo mataré”.

Junto al príncipe merodeaban nerviosos guerreros de un aspecto estremecedor. En una esquina, se encontraba un personaje con un martillo. Sus golpes eran contundentes, tenía una fuerza portentosa. Sus sorpresivos ataques eran de una efectividad sorprendente, particularmente ante oponentes de corazón débil. Él había tratado de aniquilar una y otra vez al enemigo del príncipe, pero su martillo y sus ataques sorpresivos mellaban las fuerzas del contrincante, pero no le destruían.

Mientras el guerrero del martillo daba vueltas por la habitación del príncipe, otro mercenario más temible observaba sus manos, perfectamente cuidadas. Nadie podría creer que era un guerrero, y en eso estaba su fuerza. Su rostro femenino, las maneras dóciles, un lenguaje sutil y penetrante eran suficientes para que sus contrincantes quedaran rendidos a los pies sus perfumados encantos. Sin embargo, tras aquel rostro bello y atrayente había un corazón podrido.

Había muchos otros servidores y combatientes que también habían intentado destruir al enemigo del príncipe. Estaba el gigante de piedra que aplastaba cualquier cosa a su paso, la mujer de hielo que congelaba cuanto tocaba, la mendicante que robaba todos los recursos materiales de sus enemigos y los dejaba sin medios para combatir, también estaba la peste, que a los corazones más curtidos acababa haciéndolos caer en la desesperación.

Y a pesar de tan feroces adversarios, el enemigo del príncipe siempre había salido airoso de todos los combates. Maltrecho, herido, lastimado en lo más profundo, pero vivo, y es que bastaba con que quedara un pequeñismo aliento de vida para que volviera a crecer y, peor aún, a fortalecerse.

Todos los intentos habían sido vanos, hasta que llegó un nuevo mercenario de una región alejada. Cuando le vieron entrar a la corte del príncipe todos se burlaron de él. Su aspecto no tenía nada de temible. Parecía un campesino común y corriente. Pasaba desapercibido por donde merodeaba. Aquel aspecto ordinario era su escudo, más efectivo que uno de hierro forjado. Cuando se presentó al príncipe prometiendo que mataría al enemigo todos rieron con excéntricas carcajadas. Sin embargo, nadie rió cuando extendió su mano y mostró unos pequeñísimos alfileres. El guante que protegía las manos de aquel mercenario de aspecto vulgar contenía miles de millones de diminutos alfileres. Al instante los arrojó hacia uno de los soldados de la corte. Nadie vio aquellas insignificantes agujas volar por el aire. Ninguno vio tampoco cómo penetraron la armadura del soldado. Ni siquiera la víctima sintió cómo se clavaron aquellas puntas afiladas en su carne. El personaje dijo al príncipe “No tengo prisa. Puedo matar a tu enemigo como ya he matado a tu soldado. Lo ves de pie, y no siente nada. Volveré en seis meses y me dirás si crees que puedo aniquilar a tu adversario.”

No te pierdas el final mañana

 Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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