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Dic. 08, 2006


 

 

 

 

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El enemigo invencible (II)

Ahora conocerás el final de este cuento que te hará reflexionar.

Tomado de Encuentra

Y, efectivamente, pasaron seis meses. El soldado comenzó a sangrar a las pocas semanas. Eran gotas imperceptibles. Las puntas de los alfileres se habían clavado en su carne creando millones de heridas imperceptibles, tan menudas que era imposible verlas y por tanto curarlas. El soldado sufrió una agonía larga, aunque indolora. Simplemente moría un poco cada segundo. Hasta que un día, sin que nadie pudiera evitarlo, el soldado cayó muerto ante el irremediable mal que el mercenario había arrojado sobre él.

El príncipe, con mueca maligna, esperaba ansioso la llegada del cautivo, su perenne enemigo había caído en su trampa, creyendo que aún estando preso nada podrían contra él. “Muy equivocado” meditó el príncipe.

Las horas de espera fueron largas y llenas de agitación. El mismo aire escapaba de los pulmones del soberano que esperaba ansioso la llegada del cautivo.

De pronto, se abrieron las puertas del recinto y los soldados arrojaron al centro de la pieza una figura de deslumbrante belleza. Ni siquiera los golpes brutales habían podido empañar aquel rostro resplandeciente. No era esa belleza lo que enervaba al príncipe, era aquel poder que tenía de rejuvenecer a quien tocara, de llenar de esperanza el corazón que acariciaba. El soberano del castillo detestaba profundamente el brillo que aquel enemigo imprimía en aquellos a los que se acercaba.

El príncipe se puso de pie y se acercó al pálido prisionero. Sin tocarlo (no podría soportarlo) le habló muy cerca del oído.

-Te has burlado de mí. Me has humillado, has hecho lo que has querido en lo que me pertenece. Has resistido todos mis ataques. El Mal Carácter, con su martillo te debilitó, pero seguiste en pie. La ambición con su belleza sensual te arrebató pero no te mató. Y lo mismo ocurrió con la Enfermedad, la Pobreza, y con todos mis aliados.

El príncipe sonrió malévolo y mientras caminaba en círculos contra su contrincante, paladeando el momento de su triunfo.

-Creíste que todo lo podías... mmmm... Amor... Amor... –repitió el príncipe diciendo aquel nombre casi con asco- ¿Quién te crees tú que eres? ¿De donde has salido? ¿Por qué osas meterte en mis dominios? ¿No sabes que yo, el Odio, tengo poder en toda la tierra? ¿No sabes que soy más astuto, más viejo, más inteligente y más poderoso que tus seres humanos, a los que tanto cuidas? Amor... Qué nombre tan repugnante. “Nada puede contra el amor” –dijo el príncipe con expresión burlona- “El amor lo puede todo, el amor rompe barreras” ¡Basura! –la expresión del príncipe se volvió rabiosa y atroz y mientras hablaba sus manos temblaban de la ansiedad con las que las pronunciaba. “Este es MI tiempo, MI momento, MI mundo...”

El príncipe se desplomó pesadamente en su trono.

-Pero ha llegado tu fin. ¡Traigan al mercenario!

Las órdenes fueron cumplidas de inmediato, y ahí apareció la ordinaria figura del interesado. Caminó hasta donde estaba el Amor. Con rostro impasible le observó.

El príncipe dijo entonces “¡Hazlo!”. El guerrero de aspecto normal metió su mano enguantada en una bolsa y extrajo una miríada de sus artefactos mortales. Hizo el ademán necesario para arrojarlo cuando el príncipe interrumpió la ejecución.

-¡Espera! Antes de que lo hagas... ¿Cuál es tu nombre?

El combatiente ordinario solo pronunció dos palabras.

-La rutina.

 

No te dejes atrapar por este enemigo que asecha día con día nuestra vida y que muchas veces entra a ella sin que nos demos cuenta.

 Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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