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www.emergencia.org.mx           Jul. 13, 2007    Boletín No. 344


 

 

 

 

 

El cuaderno rojo. Segunda parte

Colaboración: Rigoberto Villalobos

La luz mortecina del microbús, apenas le permitió ver el pequeño cuaderno de tapa roja. Lo abrió con curiosidad y vio que tenía las páginas viejas y amarillentas. En la primera página reconoció la caligrafía firme de su padre:

“Nació hoy José Roberto. ¡Pesando casi cuatro kilos! ¡Es mi primer hijo, un muchachote!  Estoy orgulloso de ser el padre de aquél que será mi continuación en la Tierra!".

A medida que hojeaba el cuaderno y devoraba cada anotación, sentía un dolor en la boca del estómago, mezclada con tristeza y perplejidad, pues las imágenes del pasado resurgieron firmes y atrevidas como si terminaran de pasar

"Hoy, mi hijo fue a la escuela. Es un hombrecito! Cuando lo vi de uniforme, me emocioné. Y le deseé un futuro lleno de sabiduría. La vida de él será diferente a la mía que no pude estudiar por haber sido obligado a trabajar para ayudar a mi padre. Para mi hijo deseo lo mejor. No permitiré que la vida lo castigue".

Otra página:

"Roberto me pidió una bicicleta, mi salario no da, pero él la merece porque es estudioso y dedicado. Pedí un préstamo que espero pagar con horas extras".

José Roberto se mordió los labios. Recordaba su intolerancia y los berrinches que hizo para tener la soñada bicicleta. Y recordó lo que decía: “Si todos mis amigos tienen una, ¿por qué no puedo yo tener la mía?...”

“Es duro para un padre castigar a un hijo Y se que él me podrá odiar por eso; pero, debo educarlo para su propio bien. Fue así como aprendí a ser un hombre honrado y esa es la única forma que sé de cómo educarlo".

José Roberto cerró los ojos y vio la escena de una noche cuando hubiera ido a la cárcel si su padre no hubiera aparecido para impedirle ir al baile con los amigos... fue una verdadera borrachera…recordaba después el auto, en él que él podía haber estado, retorcido y manchado de sangre … habían chocado contra un árbol...y aún podía escuchar en su mente el sonido de las sirenas y el llanto de toda la ciudad cuando una procesión con ocho féretros iban lúgubremente rumbo al cementerio. Podía haber sido peor, podía haber sido él uno de los ocho que iban en los féretros.

Las páginas se sucedían con anotaciones cortas y otras más largas, llenas de respuestas que revelaban, en silencio y con tristeza, que su padre lo había amado.

El "viejo" escribía de madrugada. En momentos de soledad, dando un grito en el silencio porque él era así, nadie le había enseñado a llorar y a expresar sus sentimientos, el mundo esperaba que fuera duro para que no lo juzgaran débil o cobarde.

Y ahora José Roberto estaba teniendo en sus manos la prueba de que, bajo aquella fachada de fortaleza, había un corazón tierno y lleno de amor.

Continuará

 Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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