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www.emergencia.org.mx           Oct. 10, 2007    Boletín No. 407


 

 

 

 

La comunicación (y las discusiones) entre los cónyuges. Parte VII

Por Tomás Melendo

Director de los Estudios Universitarios sobre la Familia

Universidad de Málaga (UMA), España

Repetir

Una buena manera de asegurarse de que uno ha comprendido las ideas expuestas por otro es la de repetirlas con las propias palabras o parafrasearlas, pidiéndole que nos confirme si hemos entendido bien.

Además, al obrar de este modo, le damos la prueba de que nos tomamos en serio lo que dice. Ignorar, aceptar con suficiencia o ridiculizar lo que se nos comenta, resulta siempre profundamente lesivo: hiere en lo más hondo del alma.

Responder

Para que exista comunicación no basta con escuchar. Es preciso también expresar nuestro parecer sobre lo que nos dicen. En ocasiones, las menos, puede bastar un «sí… es cierto… sin duda… de acuerdo… tienes razón…», que asegura que el mensaje ha sido recibido, al tiempo que promete una contestación definitiva más tarde, cuando hayamos reflexionado a fondo sobre lo propuesto.

También cabría pensar que quien calla otorga, y responder con el silencio; pero es desaconsejable por resultar mucho más cálida y humana, y mucho más declarativa, la voz.

De ahí que, de ordinario, deba evitarse contestar con sonidos inarticulados: «hum», «pss»… Al contrario, a la manifestación de interioridad de nuestro cónyuge hemos de corresponder con un conjunto de expresiones articuladas —las propias y específicas del ser humano—, que satisfagan lo más ampliamente posible la cuestión que nos plantea.

Adecuar el comportamiento a la palabra

El modo de actuar debe ser coherente con lo que manifiestes de viva voz.

Por ejemplo, cuando dices a tu mujer: «te escucho», debes también cerrar el periódico o apagar el televisor.

Y cuando ella sabe que no le va a dar tiempo a arreglarse lo mejor es que lo confiese cuanto antes y con toda sencillez; no basta con repetir durante veinte minutos: «¡ya estoy casi lista!».

Valentía

En toda relación amorosa se pone en juego una delicada urdimbre de sentimientos. Estos dan belleza y esplendidez al nexo de amor, pero también lo tornan frágil y lo exponen a ciertas crisis.

A veces resulta costoso descubrir su origen. En tales casos, puede ayudarnos a suavizar eventuales tensiones o malentendidos un esfuerzo valiente para abrir nuestro corazón a la pareja, pedir que ponga el suyo al descubierto e intentar examinar juntos la avería.

Si esto no se hace, no es difícil que los dos se manifiesten el propio malestar bajo la forma de reprobaciones sordas o de alusiones o bromas o ironías, que irritan al cónyuge, sobre todo cuando se hace en presencia de otros.

Se originarán resentimientos, acritud y encerramiento en uno mismo. Después, cuando el peligro ya resulte evidente, tal vez uno dirá al otro que habría debido manifestarle lo que no iba bien. Y el otro se sentirá con derecho a responderle: «¡Tendrías que haberte dado cuenta!».

Continuará

   Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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