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www.emergencia.org.mx           Dic. 19, 2007    Boletín No. 457


 

 

 

 

La Rosa De Navidad. Parte I

Por Emilio Freixas

Un cuento para compartir con nuestros pequeños en esta temporada navideña

Cuenta la leyenda que en una cabaña enclavada en las profundidades del bosque de Goinge se había refugiado a vivir un hombre junto con toda su familia, alejado de la proximidad de la gente civilizada debido a que en cierta época de su vida cedió a la tentación de robar a su patrón, por lo cual se vio perseguido, huyendo entonces a ocultarse en la selva, para eludir la acción de la justicia.

 Su mujer, que se daba cuenta de lo huraño que se había vuelto su marido, apartado del contacto de otra gente, y viendo el peligro que corrían sus hijos de volverse medio salvajes como él, viviendo en aquella especie de destierro, se dirigió a un monasterio de cuyo abad sabía que era persona muy comprensiva y de una bondad sin límites.

Cuando llegó a las cercanías del santo edificio, pudo ver, él través de las rejas del jardín, al abad muy ocupado cultivando unas flores no muy hermosas en verdad, puesto que el frío clima de aquellas regiones del norte no permitía criar variadas y bellas flores; pero como el buen hombre era muy aficionado a ellas, procuraba por todos los medios sacar el mejor partido de sus escasas posibilidades. El abad, en cuanto se dio cuenta de la proximidad de la mujer y de su atenta observación, se dirigió a ella diciéndole: “¿Qué, buena mujer, le gustan mis flores?”

“¡Oh, sí! -respondió ella-, pero si quisiera venir al interior de la selva de Goinge, en la noche de Navidad, verías allí lo que es un jardín encantado y las más maravillosas flores que jamás pudiera soñar.”

El abad, que había oído hablar de ese jardín encantado, que florecía cada año en la noche del 24 de diciembre, en el corazón del bosque y en medio del paisaje nevado y de crudísimo frío, y que nunca había logrado ver, aguijoneado por la curiosidad, se acercó a la mujer del ladrón y le dijo: “¿Podría guiarme hasta ese lugar para poder presenciar tal maravilla, cuando llegue la noche de Navidad?”

“¡Oh, sí, buen abad! -repuso ella-, pero a cambio le pido que consiga el perdón para mi marido, que se encuentra perseguido por la justicia a causa de un mal momento que tuvo hace años y del que está en verdad más que arrepentido, y el permiso para residir en el poblado. De lo contrario, mis hijos y él se volverán fieras.”

El buen hombre, que tal como decía la gente se apiadaba de todas las desgracias, más por bondad que por satisfacer su curiosidad, se avino a procurar conseguir el perdón para el ladrón arrepentido.

Continuará

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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