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www.emergencia.org.mx           Dic. 20, 2007    Boletín No. 458


 

 

 

 

La Rosa De Navidad. Parte II

Por Emilio Freixas

Un cuento para compartir con nuestros pequeños en esta temporada navideña

Al cabo de algún tiempo, el arzobispo de Assalon fue de visita al monasterio donde residía el abad, lo que fue aprovechado por éste para interceder en favor del ladrón del bosque de Goinge, y, al mismo tiempo, le contó lo que le dijo la mujer sobre la leyenda del jardín encantado, a lo que respondió el arzobispo: «Si esto es cierto y me trae una sola flor de ese jardín maravillosos le prometo que intercederé para que ese hombre sea perdonado y se le permita vivir entre gente civilizada.»

Cuando llegó la víspera de la noche de Navidad, la mujer del ladrón se presentó de nuevo en el monasterio, y el buen abad, acompañado de un laico algo incrédulo y malhumorado por la incómoda excursión, que desconfiaba de la mujer y temía que les tendiera una emboscada, se dirigieron al lugar donde, según ella, se verificaba el prodigio.

Efectivamente, al llegar la media noche se oyó el redoblar de unas lejanas campanas e inmediatamente se iluminó el claro del bosque que tenían enfrente, fundiéndose la nieve, al tiempo que por todas partes brotaban hermosísimas flores, muchas de ellas propias de países cálidos y que, por lo tanto, eran casi, desconocidas allí. El ambiente se tornó tibio y se inundó de perfumes embriagadores, los pájaros de brillantes colores revoloteaban cantando, fundiéndose su voz maravillosamente con el sonido de las campanas que no cesaban.

Ante aquel prodigio el abad cayó de rodillas embelesado; pero el laico, indignado, protestó airadamente, gritando que aquello era inadmisible, y que debía de ser obra del demonio. En cuanto los destemplados reniegos del laico se dejaron oír, todo el encanto del prodigio desapareció, la nieve y el silencio volvieron a reinar, y los pájaros y las flores fueron desapareciendo poco a poco.

 El abad, al ver aquello, se lanzó sobre la última rosa que quedaba; pero para intentar atraparla hundió su mano en la nieve, la cual quedó oculta por ella, así como parte de su cuerpo. Aquella penosa impresión no pudo resistirla el buen anciano, y debido a ella entregó allí mismo su alma a Dios.

El laico, asustado por el efecto de su falta de fe, y muy compungido por la desgracia, procedió, con la ayuda de la mujer del ladrón y de éste mismo, al que llamó la mujer, a trasladar al abad al monasterio, en cuyo jardín fue enterrado, y cuál no sería la sorpresa de la comunidad del monasterio cuando en la Navidad siguiente se vio brotar de la tumba del abad una hermosa rosa, y al tratar de averiguar en dónde estaba enraizada se vio que salía de la propia mano del abad. Ante aquel nuevo prodigio, el arzobispo, en cuanto se enteró, logró hacer perdonar al arrepentido ladrón, el cual, junto con su familia, volvieron a la civilización, sin que jamás tuviera nadie nada que decir de ellos.

Durante muchos años el laico incrédulo acudió en las noches de Navidad al mismo claro del bosque en espera de que se volviera a producir el prodigio, hasta que por fin, ya muy anciano, tan anciano como el difunto abad, logró verlo nuevamente. Entonces comprendió que volvía a estar en gracia de Dios. 

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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