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www.emergencia.org.mx           Dic. 30, 2007    Boletín No. 464


 

 

 

 

El Lenguaje De Los Animales

Un cuanto para compartir con los más pequeñitos de la casa

Por Emilio Freixas

Era la Nochebuena, la noche santa, y las estrellas brillaban en el cielo con gran fulgor. El viejo campesino, enfundado en su grueso chaquetón y fumando su negra pipa, recogió, ayudado por su pastor, a los animales de la hacienda, los acomodó en el establo y luego puso en los pesebres doble cantidad de heno; ¿no era justo que en tan memorable noche los pobres animales celebraran su Nochebuena?

El anciano dueño del caserón, que vivía siempre solo con el pastor y que era muy piadoso, tenía la costumbre de encender cada año, en tan destacada fecha, tres velas que colocaba junto a la puerta del establo; una por el alma de su esposa que en el cielo se hallaba, otra por el pastor y otra por él. El buen hombre pensaba que si la iglesia del pueblo brillaba como una brasa de oro con el resplandor de los cirios en esa noche, y como sea que el buen Jesús no desdeñó nacer en un humilde pesebre, en el que había como en el suyo, además de otros animales, un asno y un buey, bien podía él iluminar su establo también. Así es que una vez hubo cumplido con la costumbre de cada año, cerró las puertas y se dirigió, acompañado del pastor y desafiando el intenso frío y la nieve que cubría el camino a la iglesia para oír fervorosamente la Misa del Gallo.

Al dar las doce en el alto reloj del campanario, los animales del establo se removieron y sacudieron su sueño. De pronto, el gallo cantó, diciendo: «¡Quiquiriquí!, ¡cocorocó!, ¡el Niño Jesús nació!.»

El buey, con su gruesa e imponente voz, le contestó: «Muuú, ¿le has visto tú?»

«¡No! -contestó el gallo-, pero lo sé. ¡Quiquiriquí!, ¡quiquiriqué!»

Y los patos dijeron: «¡Vamos a verIe, vamos ya! ¡Cuá, cuá, cuá !»

Los cochinitos gritaron: «¡Ojhó, ojhó! y ¿dónde nació?»

Y las cabritas balaron diciendo: «¡En Beleeén!»

Y el asno siguió: «¡Ojjí, ojjí!, vamos pronto allí.»

Los animalitos, afanosos, se agolparon a la puerta para poder salir e ir a adorar al Divino Niño; pero ¡oh, qué lástima !, la puerta tenía el cerrojo echado y sólo unos pajaritos que vivían entre las carcomidas vigas pudieron salir volando por una pequeña ventana abierta en el muro, chillando alegremente y glorificando al Redentor.

Entonces los pobres animales que quedaban encerrados en el establo se reunieron y en vista de que no podían salir y de que su dueño se hallaba adorando al Niño Jesús ante el altar, acordaron que ellos debían de hacerlo a su manera y ¡cuánto les hubiera gustado, mis pequeños amigos, contemplar aquellos buenos animalitos, unos arrodillados y otros en dos patas, las gallinas y los patos batiendo sus alas y entonando todos a su manera los más extraordinarios y raros villancicos!

Y es que en esa santa noche, y aunque nosotros no los entendamos, los animales hablan y las plantas y las flores exhalan sus aromas más intensos, en tanto que los ángeles entonan sus dulces cánticos y tañen sus celestiales arpas.

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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