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www.emergencia.org.mx           Abr. 02, 2008    Boletín No. 528


 

El amor es lo que importa. Parte II

Virtud… ¡qué aburrimiento! Habilitarse… para una entrega radical. La gran aventura.

Por Tomás Melendo Granados *

Virtud… ¡qué aburrimiento!

No quiero insistir en que el hábito tiene mucha menos relación con la repetición de actos que con la potenciación o habilitación de la facultad que vigoriza. Es decir, el hábito y la virtud, con independencia absoluta de su origen, nos tornan mejores y, de forma muy directa, nos permiten obrar a un nivel muy superior que antes de poseerlos.

La cuestión resulta muy fácil de ver en las habilidades de tipo intelectual, técnico o artístico: solo quien ha aprendido durante años a dibujar, a proyectar edificios y jardines o a interpretar correctamente al piano  es capaz de realizar tales actividades de la forma correcta y adecuada, con facilidad y gozo, y sin peligro próximo de equivocarse… a no ser que le de la gana hacerlo mal.

Lo mismo ocurre con las virtudes en sentido más estricto. Quien ha adquirido la virtud de la generosidad, pongo por caso no solo se desprende fácilmente de aquello con lo que puede hacer más feliz a otro, sino que se siente inclinado a realizar ese tipo de acciones y disfruta como un enano al realizarlo.

De ahí que la vida éticamente bien vivida no sea una especie de carrera de obstáculos tediosa y sin norte, un «más difícil todavía» carente de término, sino —justo gracias a las virtudes— una senda de disfrute progresivo, en el que incluso el dolor y el sacrificio se tornan gozosos.

La génesis de las virtudes

La experiencia demuestra que, en ocasiones, una persona adquiere el valor (o pierde el miedo) como resultado de una única acción, más o menos arriesgada: por ejemplo, saltar en paracaídas por vez primera… y experimentar la emoción que impulsa —ya sin miedo— a volver y volver a saltar.

Y me parece que el acto único de la entrega matrimonial consciente y decidida tiene un efecto muy parecido: otorga a quienes se casan el vigor y la capacidad para amarse de por vida a una altura y con una calidad… imposible sin esa donación absoluta.

Cosa no difícil de comprender si recordamos que el fin de toda vida humana es el amor entregado, y que la ofrenda que se realiza en el matrimonio, no puede sino fortalecer la capacidad de amar… hasta el punto de situarla a una distancia casi infinita de la que los novios tenían antes de la boda.

Habilitarse… más o menos

Me explico con un poco más de detalle. A veces entendemos la responsabilidad como la cuenta que habremos de dar por lo que hemos hecho mal o por lo bueno que hay en nuestra vida.

De nuevo es una visión correcta, pero muy pobre. Ante cualquier acción que realizamos, nuestra persona responde de inmediato mejorando o empeorando. Esa respuesta, que nos marca queramos o no, es la verdadera responsabilidad: el modo como nuestro ser responde y se modifica en función de nuestras actuaciones.

Pongámonos en el supuesto de acciones buenas. Cada una de ellas nos mejora y nos hace más capaces de realizar fácilmente, con gusto y sin equivocarnos el mismo tipo de operaciones. Pero no todas nos capacitan con la misma intensidad.

Quien presta sus apuntes a un compañero, se hace un poco más generoso; quien dedica toda una tarde a explicarle lo que no comprende, bastante más; quien, sin que se note, está constantemente pendiente —aunque a él le cueste sangre— de que sus amigos hagan lo que deben, con gracia y sin hacérselo pesar… ¡es un tipo grande, maestro en generosidad y en muchas otras virtudes.

Continuará

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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