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www.emergencia.org.mx           Nov. 25, 2008    Boletín No. 697


 

 

 

 

Los hijos: causa de unión o de discusión. Parte II

Revista Hacer Familia  No. 58

Los hijos son muchas veces motivo de fricción en el matrimonio, pero hay que conseguir a toda costa que la sangre no llegue al río.

Peligro inminente

Nunca hay tanto riesgo de pelear por los hijos como cuando aparecen un par de adolescentes en la casa. Las relaciones se complican porque los propios jóvenes están complicados buscando su propio camino en la vida y aparece la rebeldía, la insolencia y la inconformidad. Por otro lado, los padres se angustian preguntándose qué va a pasar con estos hijos que hasta hace poco eran niños modelos y ahora no quieren cortarse el pelo, pretenden mandarse solos y se niegan a mantener una conversación normal. "Tu hijo se vuelve un rebelde -explica Carmen Ávila-, es lo opuesto a lo que ustedes querían y esto produce tensión. Además, hay matrimonios en los que los dos se sienten unidos ante la crisis, pero hay otros que se enfrentan: este niño es así porque tú lo has consentido en exceso".

En esta etapa los estudios de los hijos y los permisos aparecen como los dos temas claves por los que discuten más los matrimonios. Para evitarlo es necesario que ambos se sienten tranquilamente a conversar y elaboren una estrategia conjunta: ¿qué vamos a hacer con este niño que no estudia nada y colecciona malas notas? ¿en qué puntos específicos le vamos a exigir y de qué manera podemos orientarlo para que asuma con responsabilidad sus estudios? A partir de ahí es necesario hacer un plan de acción al que deberán adherirse ambos padres sin vacilaciones.

En el caso de los permisos lo mejor es anticipar las situaciones y explicar a los hijos que los padres necesitan, en algunos casos, tiempo para meditar y decidir qué se les puede permitir y qué no: horarios, vueltas solos o acompañados, tipos de panoramas... De esta manera se evita que los atrapen desprevenidos y que un permiso se convierta en una batalla entre el padre y la madre.

Plan de acción

1.      Es necesario asumir que es imposible no discutir por algo tan querido por los dos como un hijo. Ambos desean lo mejor para él, pero es imprescindible decidir en qué consiste "lo mejor" y cómo lo vamos a conseguir. Sólo se obtiene hablando claro, con tranquilidad y respetando siempre las preocupaciones y puntos de vista del otro.

2.      El carácter específico del hombre -más abstracto y con visión de largo plazo- y de la mujer -más concreto y práctico- nos juegan malas pasadas. Para educar bien -evitando las discusiones- es fundamental fijar una lista de prioridades que dejen satisfechos a ambos. A los niños se les exigirá que se laven los dientes y boten la ropa en el canasto -obsesión femenina-, pero el sábado se les permitirá a todos participar en el asado familiar -organizado por el papá- aunque se manche toda la terraza y el más chico no duerma siesta.

3.      El cansancio, las malas noches, los problemas en el trabajo o las dificultades económicas abonan el terreno de las discusiones: hay que contar con ellos; la vida es así. Pero también hay que permitirse un tiempo para descansar juntos, si se puede, o por separado, permitiendo al otro un rato de relajamiento que endulzará seguro su carácter.

4.      Siempre es necesario "robarse" un rato para los dos: las conversaciones en las que se habla de los hijos y cómo tratar un problema específico necesitan paz y privacidad. Hay que escaparse, aunque sea durante unas horas, sin complejo de culpa: la familia necesita de unos padres unidos y que tengan claro para dónde van.

5.      Nunca se puede olvidar que antes que padres se es una pareja. Por eso, en la lista de prioridades el marido está en primer lugar para la mujer y viceversa. Si se debe elegir entre acompañar al marido o comprarle los materiales de costura a una hija, ésta tendrá que esperar. Lo primero es lo primero.

6.      Cuidar las formas es imprescindible: un buen matrimonio es aquél que ha aprendido a conversar, sin gritos ni malas palabras, sin echarle la culpa al otro y acepta los puntos de vista del cónyuge aunque no los comparta.

7.      Prevenir es mejor que curar: para evitar una discusión es bueno adelantarse a la situación que la puede causar. Si la mujer sabe que las tareas de los niños la agotan y que recibirá a su marido con cara de loca y mirada asesina, tal vez sea bueno que alrededor de las siete de la tarde dé una vuelta caminando para ventilarse. Y si el marido detectó que cada vez que llega a la casa y los niños le impiden contar a su mujer su día porque le exigen que juegue con ellos, se pone de malas, tal vez debería llamarla por teléfono antes de salir y hacerle un breve resumen que le permita esperar a la calma nocturna.

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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