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www.emergencia.org.mx           Jun 25 2009    Boletín No. 849


 

 

 

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Sangre de cualquier tipo para la

Sra. Ma. Guadalupe Hernández Salas

a quien le amputaron una pierna.

Donadores favor de acudir al Banco de Sangre del Hospital Central (se encuentra en el sótano) de

8:00 a 10:00 am con al menos 4 horas de ayuno.

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Cel. 614 138 2826

 

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Porque amaba a tu madre

Fernando Pascual

El hijo pregunta a su padre: “papá, ¿por qué me has dado la vida?” El padre responde: “porque amaba a tu madre”.

Este ejemplo, presentado por un obispo italiano, monseñor Carlo Caffarra, pone el amor como el primer paso de la fecundidad, de la vida, en aquellas parejas que quieren vivir unidas bajo el signo de la entrega mutua.

Cada nuevo hijo nace gracias a otros, depende de otros en su existencia. Esta dependencia explica las profundas relaciones que se establecen entre el hijo y sus padres.

No se trata sólo de una relación biológica, aunque esa relación sea muchas veces muy visible. Se trata de una relación mucho más profunda, una relación que se basa en el amor.

Un hombre y una mujer se aman. El amor madura, crece, llega al compromiso, al matrimonio. El amor sigue su camino. El “amaba a tu madre”, el “amaba a tu padre”, un día se convierte en la noticia: alguien ha surgido del amor, alguien empieza a vivir desde el amor. Alguien que es hijo, que es “nuestro hijo”, se introduce entre nosotros, no para separarnos, sino para unirnos de un modo mucho más profundo, más rico, más fecundo.

La pareja recibe la invitación a una nueva etapa en su camino matrimonial. Antes el hijo era sólo una posibilidad que entraba en el proyecto del amor de los esposos. Ahora es una realidad. Ya está aquí: necesita más cuidados, más atenciones, menos humo en casa y más descanso para mamá.

Pero no basta con los consejos “médicos”. Ese hijo real, vivo, concreto, todavía escondido en el cuerpo de la madre, invita a un paso más profundo. Puede ser amado, puede ser respetado, así, como es.

Desde el amor se comprende que unos esposos acojan al hijo no como si fuese un problema, sino como a una riqueza. Eso es lo propio del amor: ver lo positivo, incluso cuando hay que apretar más los espacios en la casa o ahorrar más para pañales.

Ver lo positivo también cuando el hijo no es cómo se esperaba. Cuando es niño y no niña (o al revés). Cuando es enfermo y no sano. Cuando llega en un momento no previsto, pero no por ello deja de ser una noticia que enciende una llama de esperanza.

Cuando falta el amor, en cambio, es fácil ver al nuevo hijo como un obstáculo a los proyectos familiares, como un problema para el espacio en la casa y en el coche, como un potencial enemigo para el hermanito pequeño que empieza a dar señales de celos.

Sin amor, es fácil caer en la cultura del dominio, en la que el hijo deberá superar el test de los planes de los adultos para lograr el ingreso en el mundo de los vivos. Una cultura del dominio que ha promovido el aborto, el infanticidio, la esclavitud o la venta de niños. Una cultura que dice: sólo nacerá un hijo cuándo y cómo lo decidan sus padres, o el jefe de la tribu, o un poderoso dictador que determina quiénes pueden tener hijos y cuántos pueden ser concebidos por cada “cupo familiar”, o el jefe de la empresa, que no renueva su contrato a aquellas mujeres que necesitan ausentarse por motivos de maternidad.

A pesar de las dificultades, a pesar de la oposición de algunos, siempre será hermoso el nacimiento de un hijo que viene del amor y que enriquece el amor. “Porque amaba a tu madre”, “porque amaba a tu padre”, “porque te amábamos”, puede convertirse, en unos años, en un “yo también los amo”. Quizá simplemente “porque antes me han amado a mí”. O también “porque son buenos, lo han sido conmigo, y me están enseñando que la vida vale cuando se vive con amor”.

El mundo del matrimonio y la familia es distinto cuando se vive en este dinamismo. No es un ideal para pocos: en cada corazón se esconde ese sueño, ese deseo de amar. No sólo porque hemos experimentado lo hermoso que es vivir cuando nos aman, sino también porque sabemos que hay otros (sobre todo, esos otros más cercanos) que piden y necesitan que les demos amor.

Un amor que es sumamente bello cuando ese otro (le llamamos hijo) viene a casa desde un “te quiero, me quieres” que llega a ser fecundo y rico, que se convierte en “te queremos como eres: ven a enriquecer nuestro amor de esposos, ven a caminar cogido de nuestras manos enamoradas”.

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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